Santiago Jose Sanchez VFestiviades Marianas de Junio, Calendario Mariano3 months ago115 Views

En un pequeño poblado de la actual Colombia, hace más de cuatro siglos, un lienzo deteriorado se convirtió en el escenario de un milagro que trascendería fronteras y tocaría el corazón de millones. Nuestra Señora del Rosario de Chiquinquirá, conocida cariñosamente como la “Chinita” en Venezuela, no es solo una imagen: es la manifestación viva de la ternura materna de María, un faro de esperanza y un pilar de fe para América Latina. Su historia, marcada por la intervención divina, los milagros y una devoción inquebrantable, nos invita a un encuentro profundo con la Madre de Dios.
La génesis de la devoción a Nuestra Señora de Chiquinquirá es tan singular como conmovedora. A diferencia de otras advocaciones que nacen de apariciones, esta se forjó a partir de la renovación prodigiosa de una pintura.
Corría el año 1560 cuando el fraile dominico Fray Andrés Jadraque encargó al pintor Alonso de Narváez un lienzo para la ermita de Chiquinquirá, en la Nueva Granada. La pintura, ejecutada sobre un tejido de algodón y lino, representaba a la Virgen del Rosario, flanqueada por Santo Domingo de Guzmán y San Antonio Abad. Debido a la humedad y el paso del tiempo, la imagen se fue borrando, desdibujándose hasta volverse casi irreconocible, arrinconada y olvidada en una humilde capilla.
Pero la Providencia tenía otros planes. En 1586, el 26 de diciembre, una piadosa mujer llamada María Ramos, encargada de la ermita, junto a una indígena llamada Isabel y su pequeño hijo Miguel, presenciaron un evento extraordinario. Un resplandor celestial iluminó el lienzo olvidado, y ante sus ojos asombrados, los colores y las formas comenzaron a restaurarse por sí mismos. Las grietas desaparecieron, los rostros cobraron vida y la imagen de la Virgen, Santo Domingo y San Antonio reapareció con una nitidez y belleza asombrosas, como recién pintada. Este fue el momento fundacional de la devoción, el milagro que encendió la llama de la fe en Chiquinquirá.

Nuestra Señora de Chiquinquirá representa la misericordia de Dios manifestada a través de María. Su significado profundo radica en ser la Madre que renueva la esperanza, que restaura lo perdido y que ofrece consuelo en la adversidad. Es la intercesora ante su Hijo, el refugio seguro para quienes buscan auxilio.
Para los fieles, ella es la Patrona y Reina de Colombia, un título otorgado por el Papa Pío VII en 1829, apenas consolidada la independencia del país. En un contexto de formación nacional, la Virgen de Chiquinquirá se convirtió en un símbolo de unidad, identidad y protección para un pueblo que buscaba su camino.

La imagen original de Nuestra Señora de Chiquinquirá, que se conserva en la Basílica de Chiquinquirá, es un lienzo de 125 centímetros de alto por 105 de ancho. Representa a la Virgen María con el Niño Jesús en brazos, ambos coronados y con rosarios en sus manos. A la derecha de la Virgen se encuentra Santo Domingo de Guzmán, fundador de la Orden de Predicadores, con un libro en una mano y una azucena en la otra, símbolo de pureza. A su izquierda, San Antonio Abad, patrón de los animales y protector contra las enfermedades, con su característico bastón en forma de “tau” y un cerdo a sus pies.
El estilo renacentista de la pintura, con sus colores vibrantes y la dulzura de los rostros, invita a la contemplación. Los detalles de las vestimentas, las aureolas y la disposición de los personajes transmiten una profunda paz y armonía. Observar el lienzo es adentrarse en un espacio de oración, donde la Madre de Dios nos acoge junto a dos grandes santos, invitándonos a la devoción al Santo Rosario. Su valor artístico es incalculable, pero su valor espiritual, como testimonio de un milagro, es aún mayor.
La devoción a la Virgen de Chiquinquirá se manifiesta hoy con una vitalidad asombrosa, especialmente en Colombia y Venezuela.
El Santuario Mariano Nacional de Nuestra Señora del Rosario de Chiquinquirá, en Boyacá, Colombia, es un centro de peregrinación constante. Miles de fieles acuden anualmente, no solo el 9 de julio, día de su celebración litúrgica, sino durante todo el año. Las peregrinaciones son actos de profunda fe, donde los devotos expresan su amor filial, cumplen promesas, agradecen milagros y presentan sus súplicas. Es común ver a peregrinos realizar largas caminatas, algunos de rodillas, como muestra de sacrificio y entrega.
La Basílica de Chiquinquirá es un lugar de encuentro con lo sagrado, donde la imagen milagrosa se venera en un retablo imponente. Las misas, novenas y actos de piedad popular se suceden, creando una atmósfera de recogimiento y fervor. La comunidad de los Padres Dominicos ha custodiado la imagen y promovido su devoción desde los orígenes, siendo pilares fundamentales en la propagación de la fe en la Virgen de Chiquinquirá.
Pero la devoción a la “Chinita” tiene un epicentro igualmente vibrante en Venezuela, donde es la Patrona de Maracaibo y del estado Zulia. Su historia en tierras venezolanas es también un relato de maravilla: se cuenta que en 1709, en las orillas del Lago de Maracaibo, una humilde lavandera llamada María Cárdenas encontró una pequeña tabla de madera que, al día siguiente, comenzó a resplandecer y a revelar la imagen de la Virgen de Chiquinquirá.
Esta tabla milagrosa se venera hoy en la Basílica de Nuestra Señora de Chiquinquirá en Maracaibo, un templo majestuoso que se convierte en el corazón de la Feria de la Chinita cada 18 de noviembre. Esta festividad es una explosión de alegría, fe y cultura zuliana. La procesión de la tabla bendita por las calles de Maracaibo, acompañada por la vibrante gaita zuliana, atrae a multitudes de devotos que celebran con fervor a su “Madre Morena”. Es un ejemplo impactante de cómo la fe y la cultura se entrelazan en la vida del pueblo latinoamericano.
La historia de la Virgen de Chiquinquirá está salpicada de eventos que marcan su relevancia:
Que la historia de Nuestra Señora de Chiquinquirá siga inspirando nuestros corazones y renovando nuestra fe. Su lienzo, restaurado por el milagro divino, nos recuerda que la esperanza nunca se desvanece y que la Madre de Dios está siempre presente para restaurar lo que está roto y guiar a sus hijos.



